Nº 3 Abril de 2002
Mario Silva García: el pathos de la distancia

Para todo el que lo haya conocido, hay un singular Mario Silva García. Este, el mío y en parte.

1964.- En el primer encuentro pensando desde la experiencia recuerdo haber incursionado en el tema del pecado. Nada más familiar para tí. Dije: "el pecado es una ruptura del equilibrio logrado... cuando uno ha pecado toda nuestra vida parece puesta en cuestión. Y, la pena, lejos de hacernos retroceder nos obliga a transformar por completo nuestra existencia". Y luego de un silencio hablaste desde tu Kierkegaard: la inocencia es un estado de ignorancia, el espíritu esta allí presente pero como soñando, la nada, la angustia y la posibilidad de la libertad: observe el carácter súbito casi inasible de la pena, que se disuelve de inmediato en una sucesión de instantes. Convinimos si todo pecado es original, sin embargo podemos pensar que no hay origen, que todo comienzo es artificial - arbitrario o fingido, que todo se lleva a cabo en la reanudación de la construcción de nuestra persona, o de la constitución del sujeto. La conversación se prolongó y se cerró con una concisa sentencia de tu parte: "Me resulta tan extraño que alguien a su edad sepa de la soledad" .Nada había surgido del intercambio anecdótico de nuestras pequeñas vidas privadas.
Ése pareció ser el axioma compartido de nuestros encuentros iniciales y que atravesó desde entonces largos años de afinidad: no acosar al otro con nuestras "intimidades", contándole las nuestras, para recibir en devolución las suyas, sino tener el gusto de ofrecer una palabra pensada, vivir en buena inteligencia esos momentos compartidos, sabiendo que solamente son buenas las relaciones que son "superficiales". Dije axioma compartido, tal vez sea mejor decir "poética de la profundidad". Este modo de vivir fue la franja donde coincidimos instalarnos, siendo tuya la inesperada generosidad y de mi parte la osadía de aceptarla sin reservas.
La gran soledad, sus temibles amparos (suicidio / locura), la pasión atravesándolos laboriosamente. La gran dicha obstinadamente, presidiéndolo todo desde el inicio.
Por entonces aislaste el elemento perturbador que en otros casos se confunde con el resto y lleva a la autodestrucción total. El trabajo de tu inteligencia te puso lentamente aparte de esa tentación. En cuanto a la locura, por esa época, ya formaba parte de tu encanto.

1965.- Asisto a la primera hora de tus lunes. Antes del intervalo, cambia a mi lado el rostro de la "belleza" femenina; drástico terminar con la anterior admisión seca ante las conclusiones definitivas, comienzo de una historia nueva, aceptación del cambio (síntomas todos de haber digerido lo que Eros nos impone: componente en la vida que ni conviene ignorar, ni por él perder la razón). Advirtiendo los movimientos de ajedrez (jeux d´ échecs) tus palabras se volcaron en una frase "es el deseo quien engendra el objeto deseado" y ¿cuándo comienza algo? Y luego dos mitos platónicos - el del Fedro y del Fedón- terminando esa primera hora con esta cita que aun recuerdo: "Empantanado en mis límites me traiciono".
Al salir del aula y con esa fina destreza profesional con la que se disfraza el entusiasmo dijiste "¡Muy bien, lo he visto todo!" y fue entonces la sorprendente pregunta "¿Desearía usted ser mi amigo?". ¿Qué había visto? Una cierta salud : aceptar lo más difícil: el cambio y llegar en el acto a la metamorfosis. Ahora la pregunta. La vanidad del joven no repara en el espesor de ciertos términos: "ser amigo" significaba entre otras cosas la supresión de una distancia temporal entre experiencias existenciales diferentes, un cierto ajuste de cuentas : la necesidad
de salir de la larva de la bohemia, para acostumbrarse a respetar la dignidad del espíritu y adquirir los hábitos de un aislamiento lleno de luchas no compartidas... aquel propósito solo
podía venir de la combinación de los impulsos apasionados con ese espíritu de rectitud profesional, combinación que produjo ese pensador original llamado Mario Silva García. Todo un "nettoyage" en ciernes: afecciones/ afectos/ amistad/ simpatía/ amor /crueldad, sed de ternura.
Y tu erótica-que daría lugar a extensos desarrollos tenía cuatro claves que sólo menciono: conocimiento, agotamiento de la precisión, rechazo de lo ya hecho o conocido, deseo de los límites.

1966 - Curricularmente asisto a tus cursos, al margen de nuestras conversaciones.
Contra la tentación "metafísica", toda una familia de pensadores se iba sucediendo: Heráclito, Spinoza, Nietzsche, Bergson Whitehead, "la diferencia ontológica" de Heidegger, alternando con tu gusto por la poesía: Goethe, S.George, Rilke. Un lenguaje para el devenir estaba en el transfondo de tu exposición. Sugeriste para mi primer tesis: "El Tiempo y la Eternidad", el peso y los pasos del tiempo frente a la transmutación, el salto y la encarnación. Todo contra el demasiado tarde de la decadencia y la pesadez, todo en beneficio de aprovechar el Kairós (tu tema recurrente), el momento favorable propio de la experiencia al que hay que darle tiempo y capturarlo en el instante que acontece. Y así fue, en un tiempo donde Hegel reinaba-
Conversación sobre tu artículo: "El misterio del cuerpo": lo maravilloso, lo monstruoso, el hastío, la vida de las cosas (tu Husserl era recordar frases enigmáticas tales como: "las cosas elevan pretensiones de ser " y no el de la vana exhibición de haber leído las Husserlianas), la metamorfosis y el problema de la identidad - En otro lado hablabas que "esa capacidad de decir no a la vida y a la realidad esta en la base del suicidio y de la locura, dos humanidades trágicas ¿cómo ponerle límites a la ascesis que nos enseña a despreciar lo carnal y la vida?" Este fue todo tu problema, y te detenías en el freudiano instinto de muerte. Allí mi observación: ¿por qué no haber seguido hasta Leibniz, atendiendo a su grado cero de la percepción -que no es lo no vivo- limitando la filosofía por la filosofía misma? Ante esta objeción y las que en general te formulaban, tu respuesta era una leve sonrisa como quien interiormente se encoge de hombros, descartando toda controversia posible. La segunda objeción fue: habiendote instalado en la frontera de lo animal, no detenerte allí para crear desde ese mismo límite un lenguaje que hablara por los animales. Te privabas de la fecundidad de tu hallazgo mucho más tarde desarrollado por la filosofía francesa. También fue allí que más tarde pusiste un límite a la locura, con el sesgo lacaniano de ligarla con la hegeliana ley del corazón o delirio de presunción.

1967 -Tentado a concursar por la titularidad como profesor de filosofía en Secundaria, y disponiendo de 24 horas para preparar la segunda Meditación de Descartes, como exposición práctica, acudí a tu ayuda. Tu respuesta: un fardo de obras consagradas por comentaristas que superaba la docena de volúmenes, y que apenas entraba en mi automóvil. Era propiamente el fardo de la conciencia.
Mientras tanto tus cursos trataban sobre la operación de la imaginación que recibe de las "fuerzas" toda su realización (decías que el peso de la soledad viene de la fatiga de la imaginación) y era desde la tradición kantiana que las formas simbólicas de Cassirer apoyaban la salida donde los mitos entraban como una forma más. Y desde el simbolismo un salto hacia las investigaciones más recientes de Levi-Strauss: El Pensamiento Salvaje (ya habías escrito en el '64 sobre Foucault). El estructuralismo, luego Lacan (1968). Tus conferencias en que revelabas a un autor insospechado en los círculos filosóficos. Con humildad me dijiste "es solamente una cuestión de haber leído lo que otros todavía no han hecho".

1968 / 1969 / 1970 / 1971 / 1972 ... Tiempos de turbulencia social que no interrumpían tus cursos e incluso engrosaban de modo a veces irrisorio tu auditorio. A otros, estos aires nos afectaron de modo diverso. Cuando supiste de mi exilio inminente, no dejaste de recomendarme estar lo más cerca posible de una buena biblioteca, en buen romance, no perder nuestra verdadera familia: los libros.

Llevabas a Nietzsche en tu corazón de modo que estas líneas si bien intempestivas no podrían parecerte inoportunas por extensa que parezca la glosa. Entienda el que quiera. En ellas van tu oficio de profesor, tu relación con el Estado, pero por sobre todas las cosas la clave del Misterio de tus cursos anuales de los lunes. "Sucede, ciertamente, que el Estado, en general, tiene miedo de la filosofía y, justo siendo éste el caso, hará lo posible por atraer hacia sí a todos los filósofos que pueda, los cuales le confieren la apariencia de tener la filosofía de su parte, ya que consigue que lo apoyen quienes portan su enseñanza y, sin embargo, no tienen nada de temibles. Mas si apareciera un hombre que hiciese realmente ademán de querer acometerlo todo, incluso el Estado, con el cuchillo de la verdad, entonces este último, puesto que sobre todas las cosas busca afirmar su propia existencia, tiene derecho a excluir de su lado a tal hombre y a tratarlo como su enemigo; de la misma forma que excluye y trata como enemiga a una religión que se considera por encima del Estado y quiera erigirse en su juez. Así pues quien acepta ser filósofo por cuenta del Estado, también tendrá que aceptar que éste lo considere a él como alguien que ha renunciado a perseguir la verdad hasta el último de los recovecos. Por lo menos, mientras lo favorezcan y ocupe su cargo, tendrá que reconocer que existe algo por encima de la verdad: el Estado. Pero no el Estado a secas, sino al mismo tiempo todo aquello que favorece el bienestar del Estado: por ejemplo, una determinada forma de religión, de orden social, de organización militar; sobre cada una de estas cosas está escrito nolime tangere. ¿Existió alguna vez un filósofo de universidad que hubiera comprendido claramente todos sus deberes y limitaciones? No lo sé. Si hubo alguno que lo hizo y, a pesar de todo, continuó siendo funcionario del Estado, se trató de un mal amigo de la verdad; si no lo hizo nunca... entonces, también habré de pensar que tampoco él fue un buen amigo de la verdad.
Este es el escrúpulo más general; pero como tal, y ciertamente, para hombres como los de hoy, el más endeble e indiferente. A la mayoría de ellos les bastará con encoger los hombros y decir: "¡Cómo si alguna vez se hubiera podido crear y consolidar algo más grande y puro sobre esta tierra sin tener que hacer concesiones a la bajeza humana! ¿Queréis acaso que el Estado persiga a los filósofos en vez de que les asigne un sueldo y los tome a su servicio?" Sin responder ahora a esta última pregunta, sólo añado que hoy esas concesiones de la filosofía al Estado van demasiado lejos. En primer lugar, es el Estado el que elige a sus servidores filosóficos y, evidentemente tanto como necesita para sus instituciones; en efecto, se reserva el derecho de discernir entre buenos y malos filósofos, y aún más, presupone que siempre habrá bastante de los buenos para ocupar con ellos todas sus cátedras. No sólo, pues, ejerce su autoridad en lo que se refiere a la bondad, sino también en lo referente al número necesario de buenos filósofos. En segundo lugar: el Estado obliga a aquellos que ha elegido a permanecer en un lugar determinado, entre personas determinadas y constreñido a realizar una actividad asimismo determinada; se ven obligados a instruir a todos los jóvenes estudiantes que sientan deseos de recibir instrucción, y además a diario y en horas fijas. Pregunta: ¿puede en conciencia un filósofo comprometerse a tener que enseñar algo todos los días? ¿Y enseñarlo a cualquiera que quiera ir a oirlo? ¿No tendrá, acaso, que aparentar que sabe más de lo que sabe? ¿No se verá acaso obligado a disertar ante un auditorio de desconocidos acerca de cosas de las que sólo puede hablar sin peligro con sus amistades más íntimas? Y, en general, ¿acaso no deberá renunciar a la soberana libertad de seguir su genio cuando lo llama y allí a donde lo llama al haberse comprometido a pensar públicamente en cosas previamente establecidas dentro de esas horas prefijadas? ¡Y todo esto ante una multitud de jovencitos! Tal manera de pensar, ¿no está ya previamente desvirilizada? ¿Y qué sucedería si un buen día sintiera: "hoy no puedo pensar, no se me ocurre nada adecuado", y a pesar de ello tuviera que ocupar su puesto y aparentar que piensa?"

El Misterio de tus cursos de los lunes de Filosofía Teórica radicaba en que nunca ese buen día llegó en más de diez años en los que fui a acompañar el pensamiento vivo que volcabas entre la limpieza de las palabras empleadas y la coherencia con que luego reordenabas una marea de filosofemas, que en más de uno hubiera quedado en la salida beata de la digresión o en un rápido retorno hacia el socorrrido apunte sobre la mesa, o peor , hacia el manojo de ideas adquiridas aplicables en cualquier aprieto. Y puede inferirse que esto fue siempre así. El hablar de tus clases fue algo siempre enriquecedor y limpio, mejor que estar ante un libro abierto ya que con solo entrar al salón era una bocanada de aire puro lo que entraba contigo. Tal uno de los efectos de la gran soledad , alcanzaba con estar acompañada para que hablaras más que nadie, pero no de cualquier cosa, sino de lo que era preciso decir. Es más, preparabas tus cursos anuales por entero, de antemano, en lentas horas de verano donde el tema elegido era examinado con la máxima probidad. Así recuerdo que un lunes empezaste a desarrollar hasta el intervalo el tema a tratar anualmente, con un entusiasmo enseñante poco visto, tal vez por tu proximidad al asunto...no recuerdo ahora cuál era; en todo caso, en el interín fuiste hasta la contigua oficina de la entonces autoridad. Al volver comunicaste que debías realizar un curso diferente, tenía vagamente que ver con la Cultura y la Sociedad. Y trascartón, inalterable ante lo que nos pareció algo injusto, bien por el contrario, neto y tajante entraste de lleno en lo que de pronto "era preciso", casi como saboreando la situación - tal vez porque te restituía el "gusto" de la soledad, el sentido de la separación, el pathos de la distancia que abre al espíritu hacia sus cauces más singulares y profundos. El ejercicio de la metamorfosis. La política universitaria , ya tan de moda, no obstruía ni tu incesante laboriosidad ni el talento para seguir haciendo un privilegio el tener por oficio tu propia pasión. Conservando el estilo, la reserva, el recato, la aristocrática adiaphoria: al fin de cuentas, tratabas con personas -de un lado y de otro- a quienes nada tenías que pedir, sino a la inversa, que dar. Desde el principio resultaba fácil advertir que sabías entonces despreciar y conocías que te despreciaban; y esto no era un asunto "de crónica o de historia". Era simplemente una diferencia de actitudes frente a ¡las ideas fijas! Además somos odiados por nuestras virtudes y ellas son las que llevan a buscar nuestros vicios.

1985 / 1991: en mi retorno a Montevideo para los trabajos forzados de poner en pie lo que se esperaba de la filosofía, nos cruzamos con prisa en medio de las urgencias del trabajo. Y mi segundo exilio en Buenos Aires fue entre otras cosas, la posibilidad de ejercer mi poder -no mi deseo- de evadir la obligación de concursar por la Inspección en Secundaria. En realidad nunca creí que la filosofía fuera objeto de enseñanza- Y en el extremo de mi carrera, era la mejor manera de expresarlo.

Y ahora el final. Desde entonces, cada dos meses viajaba a Montevideo y cada vez había una ocasión para el intercambio de libros y para la familiaridad moqueuse (burlona) con que la verdadera seriedad se rie pascalianamente de la seriedad. Paseabamos por los aledaños del Parque Rodó bromeando con preguntas que te venian a hacer del tipo: "¿qué opina Ud. sobre fulano? ¡Venirme a pedir juicios de conserje! De no reírme es que no tengo la cara llena de arrugas". Descifrar con opiniones las relaciones humanas es enturbiarlas. Las claves tienen la ventaja de decir sin decir y conservar, en suspenso y reversible, la opinión recíproca. Nos preserva de enunciar juicios decisivos y definitivos que sólo son verdaderos en el instante.
La nostalgia tiene mala prensa en Montevideo, porque se la confunde con la melancolía. Gozabamos de una nostalgia dichosa. La última vez que te ví proferiste, mientras tu ovejero tiraba de la correa, "¡Carpe Diem, Raúl! Estamos hablando de aquellos tiempos como los tipos que envejecen. Decime: ¿cómo va tu trabajo? ¿en dónde lo publicaste?" Dos por tres moría algún colega. Con fastidio irónico me contabas:
- ¿"Sabes lo que me pasa cuando le digo a la gente este tipo de cosas?
- ¿Qué?
- Les digo. "¿Sabés quién se murió?
- ¿Quién?, me preguntan
- Fulano de tal - Y fijate, me contestan: -¡No te lo puedo creer! Mi irritación llegaba al extremo
- Pero entonces, ¿para que te lo estoy diciendo?"

Promediando Diciembre te llamé por teléfono para concertar nuestro habitual encuentro. Una voz femenina me contestó: "Mario no esta... falleció." Sentí la indignación de que nos habías traicionado, y por eso mismo no contesté: "No puede ser"- Asi como no hay comienzos absolutos, tampoco hay finales absolutos. Ya lo decía Pascal: "Me buscas a tientas entre tinieblas, esto significa que ya alguna vez me haz encontrado"

Por RAUL RUIBAL GUTIERREZ
Buenos Aires, 2 de enero de 2002

Dirección: Prof. Helena Costábile
Diseño:
Generación 2000